A 18 años del "Paro de Contreras"

Estábamos en la casa de Beto y teníamos un trato: cuando uno cumplía años, el otro le regalaba el desayuno. El 20 de febrero del 97, él cumplía treinta y uno. Como entraba a trabajar a las 4:15 yo no dormí para despertarlo a las 3. Mientras tomábamos café con leche, me contó lo del despido y que Gauto, uno de los delegados, quería hacer paro. “¿Por qué no vas a dar una mano?...”

Vivíamos a diez cuadras de la Línea E y ya que estaba levantada, fui. En el colectivo me encontré a Bertonasco, un conductor que me dijo que estaba todo mal, que la gente quería hacer algo para reincorporar al pibe.

Llegamos a la Estación Varela, que era el lugar de ingreso del personal del tren. En el cuarto de descanso éramos alrededor de ocho compañeros. Estaban Gauto y De Leo, dos delegados, que habían charlado lo del paro con el gremio y ya no estaban tan seguros. La noche anterior, la UTA les había prometido una reunión con la empresa para las 9:30 de la mañana… Que tenemos que esperar, que si la UTA no lo reincorpora paramos todo a las 10, que salgamos a laburar, decían ahora.

Todos salieron al andén. En el cuarto sólo quedamos Bertonasco y yo. Vine hasta acá a las cuatro de la mañana, pensé. Yo lo digo.

–No va a haber reunión, Bertonasco. Tenemos que parar ahora que estamos todos juntos, a las 10 va a ser más difícil.
–Ya sé. ¿Por qué no les decís?
–Si están todos afuera, quieren esperar...

Entonces Bertonasco les dijo, a los gritos, que entren, que la chica tiene algo para decirles.
A esa hora ya éramos como diez, había tres delegados. Hicimos la segunda asamblea.

–Tenemos que parar ahora, si no, no va a haber reunión. Y que la UTA se siente a negociar con los carritos parados, para meter presión. Guillermo, vos esto lo sabes: ¿Cuántas reuniones hubo entre el gremio y la empresa y no pasó nada?

Y Gauto decía que sí y movía la cabeza diciendo que sí, sí…
–Nos tenemos que quedar acá –dije.
Ahora todas las cabezas afirmaban pero ninguna como la de Guillermo Gauto, porque nadie iba a venir a su sector a ser más guapo que él. Nos quedamos.
Eran las 5:15 de la mañana del 20 de febrero del 97. Empezaba el primer paro a Metrovías.

El paro

Supe que ganábamos cuando llegué a Varela, a la madrugada, y un guarda, “La Morsa” Benítez, hablaba del despedido; le decía “Contreritas. Lo aprecian, pensé, ya está.

Con el tiempo me iba a reír de mi pálpito, cuando me dijeron que Contreras era petiso y por eso era el diminutivo. Igual, al pibe lo querían y, encima, el despido era injusto, porque no era su trabajo hacer maniobras, se tenía que hacer responsable el supervisor.

En el relato, tal vez, parece que la huelga de Varela fue fácil, pero no. Las medidas de fuerza en el lugar de trabajo son excepcionales y el paro, en particular, es algo muy serio.

Es algo difícil… como soportar tres años de empresa privada, de los Señores cómplices del gremio, de las malas condiciones de trabajo.

Es lento… como los 1146 días de trabajo en ese régimen carcelario, como la incipiente organización por abajo que provoca, sobre todo, en el sector más explotado: entre los boleteros nuevos.

Y necesario… como un grupo que toma la decisión de transformar la realidad el día que hay bronca y unos pocos compañeros se animan a hacer foco con el paro de Varela.

Al final se ganó, pero hay que decir que empezamos sin saber, sin garantías. A final abierto, como todo conflicto gremial.

Recién empezaba y a pesar de que ninguno de los que estábamos ahí había hecho nunca algo parecido, había calma. No eran las palabras; era ese clima en el que estábamos: las ganas de parar se huelen. Era algo más que la simple confianza, era saber que estábamos jugados pero, por sobre todas las cosas, que teníamos razón y estábamos unidos.

Fragmento del libro “Un fantasme recorre el subte” de Virginia Bouvet

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