
Vivíamos a diez cuadras de la Línea E
y ya que estaba levantada, fui. En el colectivo me encontré a Bertonasco, un
conductor que me dijo que estaba todo mal, que la gente quería hacer algo para
reincorporar al pibe.
Llegamos a la Estación Varela, que
era el lugar de ingreso del personal del tren. En el cuarto de descanso éramos
alrededor de ocho compañeros. Estaban Gauto y De Leo, dos delegados, que habían
charlado lo del paro con el gremio y
ya no estaban tan seguros. La noche anterior, la UTA les había prometido una
reunión con la empresa para las 9:30 de la mañana… Que tenemos que esperar, que
si la UTA no lo reincorpora paramos todo a las 10, que salgamos a laburar,
decían ahora.
Todos salieron al andén. En el cuarto
sólo quedamos Bertonasco y yo. Vine hasta acá a las cuatro de la mañana, pensé.
Yo lo digo.
–No va a haber reunión, Bertonasco.
Tenemos que parar ahora que estamos todos juntos, a las 10 va a ser más
difícil.
–Ya sé. ¿Por qué no les decís?
–Si están todos afuera, quieren
esperar...
Entonces Bertonasco les dijo, a los
gritos, que entren, que la chica tiene algo para decirles.
A esa hora ya éramos como diez, había
tres delegados. Hicimos la segunda asamblea.
–Tenemos que parar ahora, si no, no va a haber reunión. Y
que la UTA se siente a negociar con los carritos
parados, para meter presión. Guillermo, vos esto lo sabes: ¿Cuántas
reuniones hubo entre el gremio y la empresa y no pasó nada?
Y Gauto decía que sí y movía la
cabeza diciendo que sí, sí…
–Nos tenemos que quedar acá –dije.
Ahora todas las cabezas afirmaban
pero ninguna como la de Guillermo Gauto, porque nadie iba a venir a su sector a
ser más guapo que él. Nos quedamos.
Eran las 5:15 de la mañana del 20 de
febrero del 97. Empezaba el primer paro a Metrovías.
El
paro
Supe que ganábamos cuando llegué a
Varela, a la madrugada, y un guarda, “La Morsa” Benítez, hablaba del despedido;
le decía “Contreritas”. Lo aprecian,
pensé, ya está.
Con el tiempo me iba a reír de mi
pálpito, cuando me dijeron que Contreras era petiso y por eso era el
diminutivo. Igual, al pibe lo querían y, encima, el despido era injusto, porque
no era su trabajo hacer maniobras, se
tenía que hacer responsable el supervisor.
En el relato, tal vez, parece que la
huelga de Varela fue fácil, pero no. Las medidas de fuerza en el lugar de
trabajo son excepcionales y el paro,
en particular, es algo muy serio.
Es algo difícil… como soportar tres
años de empresa privada, de los Señores cómplices del gremio, de las malas
condiciones de trabajo.
Es lento… como los 1146 días de
trabajo en ese régimen carcelario, como la incipiente organización por abajo que provoca, sobre todo, en el
sector más explotado: entre los boleteros nuevos.
Y necesario… como un grupo que toma
la decisión de transformar la realidad el día que hay bronca y unos pocos
compañeros se animan a hacer foco con
el paro de Varela.
Al final se ganó, pero hay que decir
que empezamos sin saber, sin garantías. A final abierto, como todo conflicto
gremial.
Recién empezaba y a pesar de que
ninguno de los que estábamos ahí había hecho nunca algo parecido, había calma.
No eran las palabras; era ese clima en el que estábamos: las ganas de parar se
huelen. Era algo más que la simple confianza, era saber que estábamos jugados
pero, por sobre todas las cosas, que teníamos razón y estábamos unidos.
Fragmento
del libro “Un fantasme recorre el subte” de Virginia Bouvet
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